En busca del águila Harpía
Macarena, un milagro que crece en la selva
©Camilo Yasnó
Acompañamos el monitoreo de un nido de harpía en el norte de la Amazonía colombiana. Allí, comunidades e investigadores unieron fuerzas para estudiar y proteger a la 'reina' de las aves.
Olga Cecilia Guerrero / Red Prensa Verde
LA MACARENA, META, COLOMBIA. El ruido de las hojas aplastadas delata el paso de los caminantes. Se pueden escuchar silbidos, cantos de pájaros e insectos. De vez en cuando aparece un claro de luz al borde del estrecho sendero.
Es 12 de agosto de 2023, pronto serán las tres de la tarde. Afuera el día es fresco, dentro del bosque la humedad penetra. Ha llovido en las últimas horas, del dosel caen gotas de agua y se ven algunos charcos en el suelo.
Quince minutos después de iniciar el recorrido por la Reserva Natural Santuario Mayor, los caminantes se detienen. Los ojos del guía Adriano Ortiz Ramos -que segundos antes deambulaban de rama en rama- se centran en un cedro achaparrado donde reposa un copo de nieve emplumado.
El guía estira el cuello al máximo, centra toda su atención y dice: ¡Ahí está 'Macarena'!
Es el polluelo de águila harpía, motivo de la expedición, nombrado así en homenaje al pueblo donde nació. Tiene diez meses, su cuerpo es blanco como la nieve y sus alas desprenden tonos tierra. Esta especie también es conocida como águila churuquera debido a que parte de su dieta son los monos churucos. Su nombre científico es (Harpia harpyja).
Polluelo de harpía en el Santuario Mayor. ©Adriano Ortíz
Macarena vuela hacia un árbol conocido como vainilla, al instante los observadores corren tras el polluelo, esquivan enormes hojas de palmera para reubicarlo, tratando de no hacer ruido entre la densa hojarasca.
Miguel Ángel, hijo del guía, lo encuentra y todos se concentrarse en localizarlo con los lentes de las cámaras. Mientras tanto, aparece Flor, la esposa de Adriano, con algo en las manos. Señala una hoja y dice: “es excremento de ayer”. Muestra unos restos de comida recién recogida del suelo y una pluma. Desde arriba, encaramada en el mismo poste, Macarena tuerce el cuello y los mira como si tuviera curiosidad.
Pluma de Macarena colectada por Flor Chacón. ©RPV
Adriano Ortíz, guía, a su ingreso en el Santuario Mayor. ©OlgaCGuerrero
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El retorno de la fauna
“Es un milagro de la naturaleza que el águila esté allí, es la única parte en toda la región donde se ha visto, esto hace parte del proceso de restauración natural que lleva 13 años en la zona”, explica el exdirector del Parque Nacional Natural La Macarena, Fernando Sacristán.
Aplaude el proceso de conservación comunitaria porque cree que en algún momento puede ayudar a la subsistencia de varias familias y a que el pueblo se enfoque cada día más en ser un destino obligatorio para el avistamiento de aves.
El municipio ganó dos recientes Global Big Day con más de 727 especies diferentes de aves vistas en un mismo día.
Fernando asegura que a la par con el águila, a Caño Cristales han retornado mamíferos como venados, osos palmeros mieleros, pumas o la poco vista pantera negra.
Fernando Sacristán
Macarena llama a sus padres.
©Adriano Ortíz
Adriano Ortíz.
Las harpías son monógamas,
pueden estar siempre con el mismo compañero. Su vida se puede extender hasta los 40 o 50 años.
La presencia del águila se detectó después de que Adriano recordó haberla visto 12 años atrás en ese bosque.
Sin mucha esperanza y como para salir de dudas, en septiembre del año pasado organizó una búsqueda con los propietarios del predio, Mónica López y Juan José CasasFranco, dos convencidos de la conservación.
Ese día se llevaron una sorpresa cuando Miguel Ángel, hijo de Adriano, la encontró y no solo estaba con su pareja, sino que en el nido había una cría.
Desde entonces las aves son monitoreadas y los propietarios de la reserva establecieron una serie de medidas de control para su cuidado, con ayuda de los vecinos de la vereda Santa Teresa. Juntos quieren demostrar las bondades de conservar la fauna y enseñar a la población macarenense que es necesario y posible convivir con la especie.
Monitorear un ave
Familia Ortíz Chacón durante el monitoreo al águila.
El guía, de 43 años, relata que, cuando estaba pequeño y vivía con su familia en el campo, todo era bosque. "Las águilas se veían a la vera del camino. Hoy son praderas de pasto con ganadería y carreteras atiborradas de carros y motos. Había muchas águilas y teníamos la mentalidad de que ellas se comían las gallinas y tocaba matarlas. Eso no es así. Vemos que mientras ellas tengan un bosque y comida no buscan alimento en las fincas. Yo le agradezco a los vecinos que ayudan a cuidarlas porque comprendieron que la harpía no es una amenaza, por el contrario, es una aliada de la comunidad”.
En este sentido piensa que los jóvenes del pueblo deben prepararse porque se necesitan ciudadanos que ayuden a conservar estas especies porque ese es el futuro de la región.
Para Adriano, el águila representa la fuerza de la naturaleza:
“Cuando llega a un árbol todos los animales, entre estos los monos, comienzan a aullar y los demás se ponen nerviosos. Le tienen miedo, así como el jaguar es el terror en el suelo, ella lo es en el aire”.
La familia custodia del ave ya conoce el monte a la perfección, ha aprendido a resistir los feroces mosquitos a punta de chimú, remedio tradicional elaborado con extracto de tabaco y alcohol. A imitar los murmullos del bosque, los sonidos de las aves, a reconocer los rastros de animales y a colectar muestras.
Antes de salir de casa, en su mochila empacan la cámara, el insecticida natural, la ‘preparada’ o limonada con panela, los hules, algunas galguerías y el fiambre -almuerzo envuelto en hojas de plátano- soporte de la jornada.
Luego, prenden las motocicletas y por carretera destapada, se dirigen a 'la montaña', como denominan la reserva de 160 hectáreas que desde que fue adquirida está en proceso de restauración. Es un relicto que resalta en medio de la extensa sabana ganadera.
Adriano y su familia dicen que el ave les ha cambiado la vida. Ahora están en constante aprendizaje. Han conocido a muchas personas amantes de la naturaleza como los biólogos del ´'Proyecto Soy Harpía Amazonia', con quienes se han capacitado sobre diferentes temas, por ejemplo, la forma de realizar el monitoreo sin perturbar al animal.
Por observación directa han comprendido cómo es que las aves construyen el nido, cómo cazan, en qué horarios la madre suministra comida al polluelo y muchos secretos más del águila y el bosque.
A contemplar a la rapaz han llevado a los niños del colegio, a los vecinos de la vereda, al grupo juvenil de estudiantes avistadores y guías de aves que prepara el profesor-pajarero Henry Abaunza en el colegio municipal, a turistas y expertos como Fernando Ayerbe, autor de guías de aves de La Macarena y de Colombia.
Chimú
Fiambre
Miguel A. y Flor en el Santuario Mayor
Este ejercicio único de conservación en el país está abierto al público especializado que conoce las normas para hacer aviturismo. El dueño de la reserva la cuida con recelo, aún así, hasta hoy no ha tenido la atención de ninguna autoridad ambiental de la región.
El impacto en el pueblo no solo ha sido ver a algunos niños llorando porque la lluvia no dejó ver al águila ‘in situ’, es decir en su hábitat, sino que comunidades de otra veredas y municipios han manifestado su interés por realizar el mismo proceso de conservación.
Adriano y familia terminan sus registros, se aseguran de que todo esté bien, y retornan felices. No vieron a los padres de Macarena porque cada vez tardan más tiempo en llevarle comida para obligarla a salir del nido y aprender a defenderse sola, volando y cazando.
Flor dice que Macarena pronto crecerá y se irá de ese bosque. Cuando alcance su desarrollo sexual, en cuatro años, formará una familia. Entre tanto los padres retornarán al nido para traer una nueva vida en dos años.
Ese es el tiempo que las referencias biológicas dan a la reproducción de esta rapaz.
“Estas aves solo ponen uno o dos huevos cada 2,5 a 3 años, de los cuales solo uno sale adelante”.
A veces, el exceso de lluvias, factores ambientales o humanos como cacería, ataques, tala de árboles donde anidan; hacen que no prospere. Por eso las poblaciones son escasas y los biólogos y ornitólogos (estudiosos de las aves) insisten en su urgente protección.
Mientras avanza el proyecto de turismo especializado en el Santuario Mayor que permita una sostenibilidad gracias a la conservación de este ecosistema, la familia Ortíz Chacón continuará como monitora voluntaria de 'Macarena'.
Así, antes de partir por la vía destapada a buscarla en el bosque, seguirán alistando el chimú, la preparada, las galguerías y el fiambre para mantener la vigilia -mañana, tarde y noche- de sus entrañables amigas, las águilas churuqueras.
Reina del bosque tropical
©Adriano Ortíz
Una especie vulnerable
Macarena durante una jornada de monitoreo.
Imágenes: PSHA
©Adriano Ortíz
Un caso de la cotidianidad colombiana, informado por PSHA, es el ocurrido con este ejemplar en el sur del departamento del Caquetá, en 2014.
El individuo adulto de águila harpía fue víctima de ataque con perdigón, debido al conflicto humano que se vive en el territorio.
Fue tratado por los locales de una finca a dónde llegó herido, sin embargo se desconoce si logró ser salvado o si falleció.
Imagen: Adriano Ortíz
En busca del águila harpía
©Camilo Vargas
Desde Florencia, Caquetá, tres biólogos se desplazan por todo el occidente amazónico para investigar ‘eventos de anidación’. Este trabajo vincula a comunidades indígenas y campesinas de territorios marginales, que conviven con la especie.
Llegar a zonas distantes -cargados con pesados equipos- por carretera, trocha, río o caminando largas jornadas, con tal de encontrar un nido. Visitar territorios complejos como son los de la Amazonia, con altos costos de movilización, dificultades en la comunicación y orden público latente. Gestionar recursos y realizar actividades como la venta de camisetas, para poder cumplirle a las comunidades en las salidas de campo y las jornadas de monitoreo a las águilas, son algunos de los aspectos que sortea a diario el Proyecto Soy Harpía Amazonia (PSHA).
Esta es una iniciativa de conservación científico-comunitaria creda en 2021 por los biólogos Camilo Yasnó y Dayana Ospina y Leidy Cardona, de la Universidad de la Amazonia.
Su meta es generar aportes en el estudio, conocimiento y conservación de esta especie en los departamentos de Caquetá, Meta y Putumayo, zona occidental de la Amazonia colombiana.
Hasta el momento se han centrado en la búsqueda de nidos y registros de águila harpía de la mano de las comunidades locales, a través del monitoreo participativo, que consiste en generar redes de comunicación con indígenas y campesinos que conviven con el animal.
Para esto utilizan la educación ambiental con los vecinos de las águilas y la complementan con el pilar científico como denominan al monitoreo de nidos. Utilizan metodologías como la observación directa, la colecta de muestras y la instalación de cámaras trampa en el dosel.
“Algunos de los nidos se encuentran en Puerto Leguízamo, Putumayo; La Macarena, Meta y Bajo Caguán, Caquetá; estos dos últimos con polluelos de aproximadamente diez meses.
Dichos nidos son custodiados por las propias comunidades, eje del proceso. Esto ha permitido que uno de los nidos (La Macarena) esté abierto al turismo”, relatan los investigadores.
Trabajo de campo.
©Adriano Ortíz
©PSHA
Al preguntarle a Camilo sobre el origen de su organización, argumenta que es una respuesta a tres problemas históricos en la Amazonia colombiana:
Leidy Cardona, Miguel Ángel Ortíz, Adriano Ortíz, Camilo Yasnó y Juan
José CasasFranco en el Santuario Mayor.
Camilo Yasnó, Dayana Ospina procesando la información de una de las jornadas de trabajo.
Resguardo indígena La Teófila, Solano, Caquetá. ©PSHA
NIDO EN EL CAQUETÁ
Chairá, el primer polluelo monitoreado
Ocurrió en el Bajo Caguán, Caquetá, en 2019, gracias a la labor de Little Oiden y Fabian Suaza, quienes encontraron y reportaron para aquel momento el primer nido de águila harpía para la Amazonia colombiana.
A partir de allí y con ayuda de la Asociación Ornitológica del Caquetá enlazaron esfuerzos para hacer el monitoreo de un nido desde el suelo, a través de visitas e información entregada por la comunidad local.
“Se logró recopilar información valiosa de ese evento de anidación, que duró aproximadamente dos años y medio. Obtuvimos datos respecto a la dieta, movimientos (dispersión) del polluelo y sus dos parentales (padres), aspectos como los cambios de plumaje en ‘Chaira’, el juvenil bautizado así por la comunidad de la vereda Lobitos en Cartagena del Chairá, Caquetá”.
Sin embargo, al terminar el evento completo, una de las ramas principales del árbol se cayó, junto a ella el nido —algo que suele ocurrir— y este no fue reconstruido en la siguiente anidación.
Igualmente, la fuerte deforestación e incluso los incendios del verano del 2022, afectaron notablemente ese bosque de menos de cinco hectáreas y los parches alternos de los cuales esta pareja se alimentaba. Ante esto el nido cambió, y hasta el momento no ha sido ubicado. La buena noticia, dicen los investigadores, es que los avistamientos ocasionales de estos adultos han continuado en el territorio y la comunidad es consciente de su importancia.
El equipo Soy Harpía Amazonia, en taller con la comunidad Murui en el rersguardo indígena de Lagartococha.
Fotos: ©PSHA
La deforestación y los incendios amenazan las áreas de anidación del águila harpía.
Chaira, el polluelo investigado en Caquetá.
NIDO EN EL META
De 6 a 6 estudiando a Macarena
Caracterización de un árbol-nido. Fotos: ©PSHA
El nido en La Macarena se monitorea en tierra.
En los primeros días de agosto, Adriano Ortíz y y familia acompañaron por tercera vez a los biólogos Camilo Yasnó y Leidy Cardona a monitorear el nido de ‘Macarena’, el polluelo de águila harpía que crece en la reserva Santuario Mayor del Meta.
Para realizar este trabajo de campo que buscaba analizar la evolución de la cría, viajaron desde Florencia, hasta San Vicente del Caguán, en Caquetá, durante cuatro horas.
Desde allí, siguieron cinco horas más por la ruta 65 hasta La Macarena.
La primera tarea era llegar al bosque antes de las seis de la mañana para verificar si la cría había dormido en el nido o si ya está utilizando zonas alternas.
Posteriormente, instalaron equipos como cámaras fotográficas, celulares, distanciómetro, entre otros, y se ubicaron en la parte baja del nido a observar.
De esta forma, examinaron el patrón de actividad, comportamiento y dieta del polluelo, además de realizar una colecta de
material orgánico.
Cada una de las visitas lleva métodos diferentes. Una de estas es la vía acústica a partir de micrófonos para caracterizar la actividad sonora de las aves.
El biólogo explica que se aprovecha toda la información hasta las 6 de la tarde y se archiva en formatos escritos y digitales. Las muestras de la dieta son llevadas a la Universidad de la Amazonia.
Cuando llegaron por primera vez al Santuario, la tarea inicial consistió en caracterizar el árbol-nido, sus medidas, ecología, botánica y muestras de la dieta. Justamente en esa visita colectaron restos de un erizo consumido el día anterior.
La experiencia les dice que por lo general estas aves utilizan árboles como achapos y ceibas, pero pueden llegar a ocupar otras especies.
En otros nidos que estudia el proyecto, dependiendo del avance del evento de anidación, se determina el ascenso al árbol o al nido.
Para esto, es necesario que la actividad de los parentales haya disminuido notoriamente. En el caso de Macarena, la reserva decidió temporalmente no llevar a cabo el ascenso a los árboles, por eso todo el monitoreo se realiza desde el suelo.
NIDO EN PUTUMAYO
Travesía para llegar al águila
Campaña educativa sobre harpía
Restos óseos de un oso perezoso hallados en un nido. ©PSHA
Ascenso a un árbol. ©PSHA
Para ir al Putumayo se necesita hacer todo un proceso logístico porque el viaje es más largo que a La Macarena o al Bajo Caguán.
Arranca a las 7 de la mañana desde Puerto Arango, en el río Orteguaza, para bajar al río Caquetá durante siete horas. Llegan a La Tagua y de allí toman un carro a Puerto Leguízamo por media hora más.
Una lancha los lleva hasta el Resguardo Indígena Lagartococha de la comunidad indígena Murui Muina y ahí se embarcan por 50 minutos al río Putumayo.
Al llegar al resguardo caminan por tres horas, selva adentro, hasta divisar el nido.
En este caso se realiza un estudio desde la parte alta del árbol, donde se instalaron cámaras trampa. También, se realizan ascensos al nido -con equipos especiales- para tomar las diferentes muestras.
“Son dos experiencias diferentes, muy contrastantes. Una en un contexto indígena, de saberes ancestrales como es el pueblo Murui Muina en límites con Perú y la otra en un contexto de comunidades campesinas que tienen un manejo y una perspectiva diferente de su territorio como es la del Meta. Sin embargo, coinciden en el deseo de trabajar por la conservación de la selva. Dos experiencias y esfuerzos diferentes que evidencian lo que es estudiar y seguir águilas harpías en la Amazonia colombiana”, comentan los biólogos de Soy Harpía Amazonia.
©Leidy Cardona
Se necesitan financiadores
zonas distantes y viajes costosos
A pesar de los logros, el proyecto de investigación sobre harpía debe afrontar la falta de presupuesto porque no cuenta con un músculo financiero permanente. El águila y sus nidos suelen encontrarse en territorios bastante alejados y llegar hasta allí implica una logística compleja y costosa porque los desplazamientos se dan por vías terciarias lejanas y grandes ríos.
áreas selváticas y conflictos sociales
Los investigadores afirman que, adicionalmente, “estos territorios convergen con contextos sociales muy diferentes al centro del país y en ocasiones esto puede convertirse en una barrera de acceso a estas zonas apartadas”. “Es necesario cambiar la imagen del investigador e involucrar directamente y de manera honesta a miembros de las comunidades.
se requieren equipos de monitoreo
Otro limitante, no menos importante para Soy Harpía, ha sido la falta de equipos como binoculares y cámaras trampa para los monitores locales, estos son costosos y necesarios para el desarrollo óptimo del monitoreo.
¿A dónde quieren volar?
Macarena a los cinco meses . ©Leidy Cardona
“Esperamos que el águila harpía se convierta en una embajadora de la conservación, al ser una especie sombrilla no solo laprotegemosa ella, sino al bosque húmedo tropical amazónico y todas las especies de fauna y flora que allí habitan”.
Equipo Soy Harpía Amazonia (PSHA).
Camilo Yasnó, Dayana Ospina y Leidy Cardona, investigadores de PSHA.
Rango de distribución
El águila harpía habita zonas boscosas desde el sur de México hasta el norte de Bolivia, Chile y Argentina.
De estos se destaca el manejo y protección en Panamá donde se encuentra la mayor población de la región.
Harpía en los países
amazónicos
Ecuador
Existe el Programa de conservación del Águila Harpía, creado por la bióloga española Ruth Muñiz, quien la estudia hace más de dos décadas.
Gracias a este han detectado 27 nidos activos en las provincias de Sucumbíos, Pastaza, Orellana y Morona Santiago, con avistamientos en Esmeraldas.
Con equipos de rastreo han mapeado las trayectorias del ave, incluso cerca a poblaciones humanas.
Cuando esto ocurre, el Ministerio de Ambiente y el equipo del Programa se desplazan a capacitar a las comunidades para que no la cacen.
Existen programas de investigación y rescate de harpías en varias universidades.
Perú
Se destaca la Iniciativa HarpyCam del proyecto Wired Amazon que ha desplegado más de 100 cámaras trampa para registrarla desde el refugio Amazonas hasta el Tambopata Research Center, ellos estudian la vida el animal desde su nacimiento hasta que abandona el nido.
En este país el águila no es una especie en peligro, pero los investigadores están alerta por la tala ilegal de grandes árboles.
Brasil
La organización ‘Proyecto Harpía’ ha desarrollado estudios e investigaciones desde hace más de 20 años, con ayuda de comunidades locales. Se reconocen investigaciones de seguimiento satelital, programas ‘in situ’ y ‘ex situ’ en varias regiones de la Amazonia.
World Land Trust también ha desarrollado programas que se extienden a Belice y Ecuador.
Fuentes: Proyecto Harpía, HarpyCam.
EDICIÓN
María Clara Valencia, editora Amazonia / Internews
Un proyecto de:
INVESTIGACIÓN, DIRECCIÓN GENERAL
Olga Cecilia Guerrero Rodríguez
Periodista ambiental
X@olgague
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IMÁGENES
Adriano Ortíz, Camilo Yasnó, Proyecto Soy Harpía Amazonia, Camilo Vargas, Cesar Chillán.
Bogotá, Colombia, marzo-septiembre de 2023
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